domingo, 27 de enero de 2013

Boletín: 24 de Marzo de 2013

PERDONALOS PADRE Lucas 23:34

Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… (Lucas 23:34)

La frase de Jesús se pronunció cuando, concluida la orgía de insultos, la cima del Calvario comenzó a quedarse sola. Era la hora de la oración. Jesús, que había evitado hablar cuando le azuzaban, que había esquivado todo tipo de respuesta polémica, se volvía ahora a su gran soledad interior para hablar con su Padre. Todo podía temblar menos su gran certeza de que el Padre le escuchaba ¡Había enseñado tantas veces a los suyos a orar, levantando el corazón a Dios! Ahora quería aprovechar sus últimos minutos de vida para orar.

Pero no oraba por sí mismo. Pedía, sí, por sus enemigos, pero ni siquiera que ellos le comprendieran, o que fuesen castigados; más bien que fueran perdonados. En realidad ponía en práctica lo que había predicado: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen (Mateo 5:44) Ahora Jesús aprovechaba sus últimos minutos de vida para realizar esa oración y ese amor. ¿Y por quiénes oraba? En primer lugar por los responsables directos de su condena y su crucifixión: Caifás, Anás, Pilato, Herodes, Judas, fariseos, saduceos, escribas.

Pero ¿era cierto que Judas no sabía lo que hacía? Había vivido junto a Jesús tres años, fue testigo presencial de todos sus milagros, escuchó todas sus palabras. Había comido del pan multiplicado, bebió el agua convertida en vino. Era testigo de la pobreza en que Jesús vivía; conocía su falta de ambiciones humanas y el sentido trascendente de su misión ¿y no sabía lo que hacía al traicionarle?
¿Y Anás y Caifás? Eran profesionales de la ley, conocían mejor que nadie los anuncios proféticos que habían descrito a Jesús con minuciosidad de dibujante. Estaban perfectamente informados de la resurrección de Lázaro; medían mejor que nadie la aguda intuición del pueblo al seguir a Jesús. Por tres años habían desplegado una multitud de espías para seguir cada paso, cada palabra y cada prodigio de Jesús, de él sabían todo ¿y no sabían lo que hacían?
¿Y Pilato? ¿Acaso no había proclamado él mismo por tres veces que Jesús era inocente? ¿No dijo y repitió que no encontraba causa en él? ¿No recibió el aviso de su misma esposa, proclamándole “justo”? Pilato no sólo había actuado contra su conciencia, sino que era perfectamente consciente de ello. Sabía muy bien que la única razón que le empujó a firmar la sentencia había sido su propio miedo; había cedido, no a las razones, sino a las amenazas de ser denunciado ante el emperador. El mismo se sintió tan falso que había precisado un gesto retórico ante la multitud: lavarse públicamente las manos de una sangre que proclamaba inocente ¿Y no sabía lo que hacía?
La misma multitud que había hecho presión ante Pilato ¿podía argüir ignorancia? Por las calles de la ciudad andaban los paralíticos curados por él, los ciegos a quienes devolviera la vista le vieron cargar con su cruz.

Jesús, que conoce hasta el fondo la naturaleza humana, pues como Dios es obra suya y como humano la comparte, sabe mejor que nadie hasta qué punto el ser humano se ciega a sí mismo y se vuelve ignorante de cuanto le molesta, culpablemente ignorante, pero ignorante al fin.

Judas logró sin duda convencerse a sí mismo de que lo que hacía era bueno para su pueblo; Caifás terminó por sentirse defensor de Dios al empujar a Jesús hacia la muerte; Pilato pensó que el agua de la palangana le limpiaba de un error, que, en definitiva, no era suyo. Eran, así, al mismo tiempo culpables, y por eso Jesús pide perdón para ellos, que no son más que unos ciegos e ignorantes; actuando por emoción.
Más tarde cuando Pedro hable a los judíos de la crucifixión de Jesús dirá: Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes (Hechos 3:17) Siempre, a fin de cuentas, el que peca está ciego o se ciega voluntariamente. El pecado es, en el ser humano, la demostración de su ignorancia, de su ceguera, de su falta de amor.
Esta ceguera es la más alta de las tragedias humanas: el ser humano no sabe lo que hace, ni para el bien, ni para el mal. Satanás le prometió a Eva que si traicionaba el amor de Dios, desobedeciendo, sería como Dios, sabiendo el bien y el mal (Génesis 3:4-5) y era sólo una mentira. El ser humano no es capaz de discernir lo bueno de lo malo, incluso a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo (Isaías 5:20) El ser humano no sabe, no sospecha siquiera la importancia que tiene para Dios su pobre y pequeño amor. Como el ser humano no ama, no sabe hasta qué punto es amado; no sospecha hasta qué hondura hiere cuando niega ese amor y hasta donde alegra cuando se entrega. En ese engranaje de Dios con el ser humano, éste mide con su pequeña medida de ciego, pero para Dios las medidas son infinitas. Cuando el ser humano opta por Dios o contra Dios, mide su opción con las mismas coordenadas que cuando elige este o aquel plato de comida. No logra descubrir que opta por el bien infinito o por el mal infinito.

Por eso, Jesús ahora se precipita a pedir perdón para el ser humano; pues no contempla sus ofensas, mira más allá de ellos, divisa su destino eterno. Es por ese destino que está clavado a la cruz. Y no tiene otras palabras que las del perdón pues: no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. (Juan 3:17)
Porque, en realidad, es para el mundo entero para quien está pidiendo perdón. Por eso Jesucristo no concreta. Sí, en un primer círculo, piensa en los responsables directos de su condena, en un segundo círculo estamos todos los que de alguna manera somos responsables; todos cuantos alguna vez hemos pecado; todos cuantos hoy –aun sabiendo y pregonando que Jesús es Dios- continuamos siendo ignorantes y ciegos, al seguir pecando.
Al orar por nosotros, Jesús nos ve desde su corazón, ahí no había condenas, ahí la primera de las palabras sustanciales no podía ser otra que “perdón” ¿No era ésta, en definitiva, la clave radical de toda su vida, la primera y la última razón de su muerte?

Jesucristo ha venido a brindarte el perdón de pecados para que disfrutes de su amor. AMEN
JFVS