jueves, 25 de noviembre de 2010

CAPITULO 57: LA ORACIÓN EN EL REINO


Favor de leer Lucas 11:5-10.
Tres parábolas de Jesús ilustran la necesidad y la actitud de orar. La oración no es un ritual es conversar con Dios, pero esta conversación requiere de la actitud y pasión correctas.

La parábola del amigo a medianoche ilustra la necesidad de orar a Dios. La “importunidad” del amigo obliga al varón a levantarse a medianoche a darle lo que pide. Una gran necesidad, un huésped inesperado, obliga al amigo a llamar a la puerta, sabe que su amigo lo entenderá y le dará lo que necesite; el varón, por su parte, se levanta a atenderlo, no tanto por ser su amigo, sino por su “importunidad”.

Así debemos orar. Con la urgencia del amigo que recibe visitas, con la seguridad de que estamos acudiendo con quien realmente nos va a suplir la necesidad que tenemos, con la “importunidad” de orar en el momento, sin importar donde estamos, con quien estamos o qué hora es.

No requerimos de lugares sagrados, ni días sagrados, ni tiempos sagrados. Simplemente ora a Dios, pues si el varón fue capaz de levantarse, ¡claro que Dios también atenderá tu oración! Puedes orar siempre, ¡hazlo!

La parábola no enseña a orar a medianoche; tampoco enseña a orar con angustia. La historia nos anima a llevar todas nuestras peticiones a Dios en oración. Él responderá.

La parábola del juez injusto ilustra “la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1); la historia no quiere enseñar que Dios no quiere oír, más bien quiere ilustrar la actitud de la viuda, su insistencia. Esta historia no pretende generar angustia en el que ora. Esta parábola se encuentra en Lucas 18:1-8 favor de leerla.
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La parábola maneja el recurso literario de los extremos. En un extremo tenemos al juez, que ni teme a Dios ni tiene respeto a hombre alguno (18:4); en el otro extremo tenemos a Dios, nuestro Padre celestial, que nos amó de tal manera que entregó a su Hijo Unigénito para salvarnos (Juan 3:16)

Pues si este juez, siendo como es, terminó por atender a la viuda a causa de su insistencia; podemos esperar, con absoluta certeza, dados los extremos, que también Dios nuestro Padre contestará nuestras oraciones.

“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (18:7) Claro que “pronto les hará justicia” (18:8) Claro que no tardará en responder.

Por tanto, esa breve parábola es una invitación a la confianza, sigue orando apasionadamente, Dios te escucha y quiere responder. Clamar día y noche no es requisito para ser escuchado, es característica del que tiene una gran necesidad. Jesús nos invita a orar confiando en Dios; esta absoluta confianza en Dios y su respuesta es: FE.

“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (18:8) En este momento, al terminar Jesús de contar esta parábola, la voz se le entrecortó, los ojos parecían humedecerse de lágrimas contenidas, es como si Jesús estuviese, por un momento, viendo hacia el horizonte de la historia, hacia el fin. Sabe Jesús que cerca del día de su regreso muchos habrán abandonado la fe, dejarán de orar a Dios, serán engañados, arrastrados por la tormenta, tendrán su talento enterrado y su corazón cerrado al amor y al perdón. Por ello, lanza una pregunta al aire, pregunta que trasciende tiempo y espacio y llega hasta nosotros hoy. Con valentía respondamos: “Sí”. Nosotros estaremos esperando tu regreso, confiando en ti, teniendo fe.
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La parábola del fariseo y el publicano ilustra la actitud correcta que debemos tener al orar. La historia está en Lucas 18:9-14 favor de leerla.

Los fariseos creían que por su religiosidad y tradiciones ya tenían ganado su lugar en el cielo; se creían merecedores del favor de Dios en base a su esfuerzo humano. Si las Sagradas Escrituras demandaban un día de ayuno al año, ellos ayunaban dos veces a la semana, por poner sólo un ejemplo.

Los fariseos eran las personas más estrictas en el cumplimiento de las tradiciones y rituales de la religión judía; formaban un grupo separado y se creían superiores a los demás.

Los publicanos eran los cobradores de impuestos. Eran empleados judíos al servicio del imperio romano. Su sueldo no salía de Roma, sino de lo que cobraban a la gente. Eran considerados traidores a la nación pues su labor consistía en cobrar el dinero del pueblo para Roma.

Los publicanos eran odiados por todos, aunque gozaban de un muy buen nivel de vida, a costa de los impuestos. Este odio les hacía quedar excluidos de la convivencia normal, por tanto, no eran miembros de ninguna sinagoga. Algunos de ellos que llegaban al templo para orar, eran vistos con desprecio y nadie se les acercaba.

Regularmente los amigos de un publicano eran otros publicanos, gente extranjera y los “pecadores” expulsados de las sinagogas. Por estas amistades eran señalados como los peores pecadores. Ciertamente muchos de ellos se habían enriquecido a costa del pueblo, abusaban de su poder cobrando altos impuestos a quienes ellos querían y aceptaban sobornos de todo tipo, fomentando la corrupción y el descontento popular. Uno de ellos fue a orar al templo.
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El templo de Jerusalén había sido consagrado como lugar de oración, espacio de encuentro del hombre con Dios. Pero, para este fariseo, la presencia del publicano le pareció molesta, aunque después proverbial.

El fariseo encuentra en el publicano la inspiración para orar. Agradece, en voz alta, como acostumbraba a orar un fariseo, no ser “como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano” (18:11) Hay en el fariseo una falta total de amor por su prójimo, aunque, claro está, para él, este publicano no era su prójimo. Por tanto no duda en ofenderlo y señalarlo delante de Dios.

Sigue orando en voz alta (tal vez hasta subió el volumen), haciendo un recuento de las razones por las cuales él se considera justo y de paso hunde aún más al publicano en su desesperación. Como haciéndole ver que jamás llegará al grado de “espiritualidad” que él tenía.

La actitud del fariseo, llena de soberbia, orgullo y falta de amor, es suficiente para entender que éste no fue “justificado” por Dios, en primer lugar, porque ni siquiera estaba buscando la aprobación divina, creía merecerla. Y en segundo, porque al enaltecerse, solamente lograra quedar humillado, cuando descubra que lo único que ha cultivado es una religiosidad fanática y carente de amor.

El publicano, alejado de los “espirituales” en un rincón, no quiere ni levantar la mirada hacia el cielo (18:13) se sabe pecador y las palabras del fariseos han ayudado a ese convencimiento. Sabe que no tiene nada que ofrecer a Dios, no tiene las “virtudes” del fariseo. Se encomienda a la misericordia de Dios, ¿Qué puede haber en el publicano para ofrecer a Dios? Solamente hay pecado, tal vez ni debería estar en tan sagrado lugar, pero una fuerza interior lo ha traído hasta este momento; él sí verdaderamente está hablando con Dios, y anhela el perdón.
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Este publicano es un verdadero “pobre en espíritu”; una persona que acude a Dios buscando el perdón, anhela establecer esa comunión de amor con Dios, pero no tiene nada bueno en él, sólo la misericordia de Dios puede provocar el perdón y la amistad con Dios.

¡Y sucede! Dios responde, dice Jesús: “éste descendió a su casa justificado antes que el otro” (18:14) y seguramente lo dijo con entusiasmo. Esa es la actitud que Jesús espera del que se acerca a Dios: humildad. Reconocimiento de nuestra verdadera condición, para entonces, dejarnos ayudar por Dios el único que puede perdonarnos.

El error de los fariseos era creer que por su esfuerzo personal lograban ser justificados. Les faltaba la experiencia de amor. Encontrar a Dios en una relación de amor, que se refleje en amor al prójimo y sí, en servicio a favor del Reino, pero no un servicio fanático, superficial, ególatra y carente de amor, sino un servicio entusiasta, reflejo de la gratitud y el amor hacia Dios.

Dice Jesús: “Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea…” (Mateo 6:5 VP) Los hipócritas son los fariseos.

Dice Jesús: “Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí a solas contigo…” (6:6 VP) No prohíbe orar en público, pero sí el hacerlo para ser admirados como “espirituales”; mejor que piensen que ni oras, pues al orar estás hablando con Dios no con la gente.

Dice Jesús: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos” (6:7) Oran es hablar con Dios; habla con Él como lo harías con un buen amigo, con tu Padre que te ama tanto.