Favor de leer Mateo 20:1-16.
El grupo de parábolas que ahora nos ocupa, describe con gran maestría, el corazón de Dios. ¿Cómo es Dios con los seres humanos? Como un Padre que anhelante espera el regreso de su hijo, como un pastor que busca insistente a su querida oveja perdida, como la mujer que quiere encontrar su apreciada moneda, como un hombre bondadoso que apasionadamente busca brindar trabajo a la mayor cantidad de personas para que tengan que llevar a casa. Dios es amor y Jesús lo ilustra con las siguientes parábolas, contadas con pasión, con alegría.
La primera parábola, la de los trabajadores en la viña, describe la realidad existencial de muchísimas personas, aún hoy en día: el jornal. Hay, en todos los pueblos, un grupo de personas que cada día debe buscar un trabajo, no tienen un empleo fijo, cada madrugada salen de casa sin saber si ese día conseguirán trabajo; se reúnen en la plaza del pueblo y esperan a que los dueños de haciendas y granjas lleguen a emplearlos, muchos conseguirán algo en que ocuparse, al terminar el día cobrarán por su trabajo, el salario que cobran es llamado el jornal. Con ese dinero regresarán a casa, contentos y así la familia tendrá con que subsistir, al día siguiente se repetirá la historia. Si al día siguiente no consiguen empleo, no habrá dinero para llevar a casa. Un día puede ser alegre el siguiente amargo.
La historia comienza con un “hombre, padre de familia” (Dios nuestro Padre) “que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.” Hasta aquí, la historia es común a la realidad que muchos de los oyentes conocen. Un denario era el salario diario de un trabajador, ¡un buen salario! Por cierto, suficiente para sostener a la familia por varios días con abundancia de comida, ropa y otras necesidades suplidas. Buena paga.
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Pero la historia comienza a tomar un giro emocionante: “Saliendo cerca de la hora tercera del día (media mañana), vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron.” (20:4) Como en muchos lugares, las personas eran contratadas en las primeras horas antes de salir el sol; ahora son ya cerca de las 9:00 AM muchos ya han sido contratados, sin embargo, queda mucha gente en la plaza aún sin trabajo y también ellos son contratados. ¡Alegría!
El dueño de la viña regresa a buscar a más trabajadores, pareciera que su principal preocupación es emplear gente. Los envía a su viña con la promesa de recibir “lo que sea justo”, cualquiera interpretaría que se refiere a que no les pagará el jornal completo, pero más vale algo que nada y estas personas, con una sonrisa, se encaminan a la viña, hoy llevarán algo a casa; que bien tener un empleo.
Pero, el dueño de la viña, sigue regresando a la plaza, a la hora sexta (mediodía), novena (media tarde) y undécima (una hora antes de terminar la jornada de trabajo, v12). Parece obsesionado en contratar personas, no quiere que nadie se regrese a casa sin algo que llevar a sus familias.
Cada grupo de personas contratadas debió de haber llegado con verdadero entusiasmo: -y yo que creí que regresaría a casa con las manos vacías- más de uno habrá dicho algo así, con una mezcla de alegría, gratitud, y lágrimas. Aquellos que han vivido la angustia de salir cada mañana a buscar un empleo, de lo que sea, saben lo que estos hombres experimentaron. El padre de familia trabajó mucho ese día llevando gente a su viña. Al concluir el día, a penas una hora después de regresar con el último grupo de personas, el padre de familia llama al mayordomo para que pague el jornal, y deliberadamente ordena pagar empezando con los últimos, aquí está la enseñanza y las sorpresas que esta parábola tiene para nosotros.
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Los trabajadores que llegaron hace una hora creyeron que recibirían una pequeña paga, por lo menos para un comprar un poco de pan para la merienda de hoy, pensarían ellos; pero ¡oh sorpresa! Reciben un denario, el salario de un jornal completo. Debieron de brincar de gozo, pensarían en sus hijos que disfrutarían de una buena cena e incluso a la mañana siguiente la mamá les compraría algo de ropa y hasta un juguetito. La alegría era inmensa. Esta era una verdadera bendición para las familias que ellos representaban.
Conforme avanzaba la fila, continuaron las expresiones de alegría, ¡todos estaban recibiendo un denario! Era para celebrar. ¿Cómo te sentirías de ver a tu hermano sin trabajo, mientras tú has sido contratado? ¿Cómo te sentirías de saber que tus sobrinos no tendrán que comer hoy? –tal vez al terminar les llevaré un poco de pan- dirías. ¿Cómo reaccionarías si supieras que tu hermano, al final del día consiguió ser contratado y regresará a casa con un salario suficiente? Esta cuestión es el corazón de la historia
“Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y al recibirlo, murmuraban” (20:10-11) “pensaron”, este es el problema de muchos, suponer. El padre había “convenido con los obreros en un denario” (20:2) no les quitaba nada a ellos; pero en su bondad, quiso dar a todos lo mismo, no estaba pagando en función de su trabajo, sino en función de la necesidad de cada uno, ¡que todos lleven que comer a casa! ¡Que hoy haya la misma alegría en cada casa! Este es el corazón de Dios: Está llamando a más y más personas a la salvación, algunos fuimos llamados hace mucho y estamos trabajando en la Viña del Señor; otros serán llamados casi al final del mundo, no trabajarán tanto como nosotros, pero también serán salvos. Nuestra actitud debe ser la de gozo porque también se salvaron. Y el haber nosotros trabajado, debe ser privilegio no carga.
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El egoísmo y el materialismo humanos, nos hacen perder de vista el amor al prójimo. Los primeros se enojaron por haber trabajado más que los últimos y recibir la misma paga. ¡No es justo! Dicen. Pero no quieren ver la misma situación desde la perspectiva de los últimos ¿acaso murmurarían del padre? Si ellos hubieran sido los últimos en llegar a la viña, al recibir el denario, bendecirían al padre por su bondad y regresarían casa con gran alegría. Es en eso que Jesús quería que ellos pensaran.
Jesucristo quiere ayudar a sus oyentes a entender el corazón de Dios. El Padre celestial está ocupado en llamar a más personas a su viña, en ganar a más personas para Cristo; nuestra actitud debe ser la de gozo, ¡que bueno que más personas están siendo añadidas al Reino!
Los fariseos se perdieron por su soberbia. Dejemos que Dios llene nuestro corazón de su amor y aprendamos a ver la vida como Dios la ve. Gózate de ver a más personas añadiéndose al Reino de Dios.
Dios, en su apasionado amor por nosotros no permanece pasivo mientras nos perdemos a causa de nuestro pecado. Decididamente sale en nuestra búsqueda y nos busca con insistencia; así lo ilustran las siguiente dos breves historias que se encuentran en Lucas 15:1-10 favor de leerlas.
La oveja perdida y la moneda perdida son parábolas que ilustran el gozo que hay en el cielo por una persona que se arrepiente de su vida de pecado y regresa a la comunión con Dios. Por cierto que ambas, son la introducción natural a la parábola del hijo pródigo, que también ilustra el arrepentimiento. Jesús quiere ayudar a los fariseos a entender el valor que cada persona tiene para Dios. No señales al pecador, ora a Dios por su salvación; no te incomodes de ver a pecadores oyendo de la Palabra, alégrate de la oportunidad que tienen de salvación.
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Los fariseos y escribas se creían “justos” delante de Dios y menospreciaban a la gente común por considerarla “pecadora”; ellos no anhelaban la conversión de los pecadores, por el contrario, se sentían seres superiores. No entendían a Jesús, que siendo maestro de las Sagradas Escrituras, comía con pecadores. Para ellos, la enseñanza acerca de Dios debía reservarse para “los justos”, pero Jesús parecía más interesado en compartir, no sólo la enseñanza, sino hasta los alimentos, con los pecadores.
Las parábolas no pretenden señalar a fariseos y escribas como “justos”, no lo eran. El énfasis de la historia está en ilustrar la gran alegría de Dios y sus ángeles por ganar a uno más para Cristo. Somos tú y yo como la oveja perdida, como la moneda perdida, que Dios sale a buscar con pasión; ¡que belleza experiencia haber sido encontrado por Dios! El Señor Jesús, nuestro Buen Pastor, nos ha cargado en sus hombros y nos ha traído de regreso al redil.
Si en el cielo hay fiesta por un pecador arrepentido, ¿Cuál debe ser nuestra actitud? También deberíamos organizar grandiosa fiesta por cada persona que entra en la congregación, arrepentida de una vida de pecado y deseosa de acercarse a Dios.
El bautismo, que es el testimonio público de la conversión, debería ser una fiesta, no un ritual solemne; no pierde su reverencia y su importancia si convertimos la experiencia del bautismo en una alegre fiesta de la iglesia. Las fiestas más alegres de una congregación deben ser aquellas que celebran el arrepentimiento de un pecador. Después de todo, solamente estamos uniéndonos a la fiesta que hay en el cielo.
No nos vaya a pasar como a los fariseos que en su orgullo ahogaron el amor al prójimo; gocémonos de ver a más personas rescatas para Cristo.