CAPITULO 55: ACTITUDES EN EL REINO
Parte 1
Favor de leer Mateo 7:24-29.
Varias de las parábolas que Jesús contó a la gente tenían como propósito ilustrar las actitudes que debían prevalecer en el Reino de Dios. Estas actitudes deben ponerse en práctica aquí en la tierra, en nuestro tiempo actual y en el contexto de la congregación de la cual formamos parte.
OBEDIENCIA
La parábola de las dos bases ilustra maravillosamente la actitud fundamental del creyente: obediencia. Al concluir el Sermón del Monte, Jesús cierra magistralmente con esta historia, indicando que no basta con oír el mensaje de Dios, es indispensable ponerlo en práctica.
Dos personajes componen la historia, el hombre prudente y el insensato. El hombre prudente es aquel que oye las palabras de Jesús y las hace, implicando que las ha entendido. Jesús compara a este hombre con la persona que construye su casa sobre la roca; la casa simboliza la vida de la persona y la roca es Jesús. Una vida bien edificada es aquella que se fundamenta en la obediencia a la palabra de Jesús, esta obediencia es lo que sostiene la vida en medio de las grandes tormentas, la principal de ellas: el engaño que lleva a la perdición.
El insensato, no es aquella persona que no sabe del Evangelio, es aquella persona que sí ha escuchado el mensaje de Jesús, pero por no obedecer, se pierde; su vida, como casa edificada en arena, no resiste las tormentas y sucumbe. Será fácil presa del engaño:
Inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. (2ª Tesalonicenses 2:9-10)
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La obediencia es la mayor de las actitudes pues demuestra nuestro amor a Jesús: Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. (Juan 15:10)
La obediencia siempre debe ser un reflejo claro del amor a Jesús, y por ese amor, entusiastamente buscamos obedecer más y mejor. Sin embargo, nunca alcanzaremos un grado de obediencia completo, menos aún superior a lo encomendado; por tanto nuestra obediencia no debe conducirnos al orgullo y la soberbia; es por ello que Jesús relató esta pequeña parábola de los siervo inútiles, la cual se encuentra en Lucas 17:7-10 favor de leerla.
¿Quién de nosotros podrá, al final de su vida terrenal, decir que hizo todo lo encomendado por Jesús? Aún si fuera ese nuestro caso, con humildad diríamos: “siervo inútil soy, solamente alcancé a hacer lo encomendado, no logré hacer más por amor a mi Señor Jesús.”
Pero éstas no serán palabras de frustración; será el simple reflejo de la humildad que debe caracterizar al discípulo de Jesucristo.
PERDON
Favor de leer Mateo 18:23-35.
El perdón debe ser la actitud entusiasta del discípulo de Jesús, el cual ha experimentado el perdón de Dios en su vida. Jesús se refiere a esta entusiasta actitud por medio de la parábola del siervo que no quiso perdonar.
En la historia uno de los siervos debe al rey una suma enorme de dinero; tan grande que para pagarla era necesario vender todas las propiedades del siervo, incluso su mujer e hijos; para llevarlos al mercado y venderlos como esclavos; esta era una tragedia horrible.
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La historia resulta dramática para los oyentes. Ser vendido como esclavo era una de las mayores y más amargas de las tragedias de la vida. Este siervo debió de haberse sentido terriblemente impotente.
El mercado de esclavos, institución horrible de aquella época, compraba personas como si de animales se tratara, los marcaban, igual que al ganado, les colocaban brazaletes que los identificaban como esclavos y los vendían para realizar todo tipo de labores.
Cualquier persona podía comprar un esclavo, bastaba con tener el dinero suficiente. El comprador adquiría una persona para utilizarla en lo que le viniera en gana, era un objeto. El dueño podía golpear y aún matar a su esclavo sin que nadie le reclamara nada, era su propiedad.
Cuando una persona adquiría deudas que no podía pagar, el que cobraba tenía el derecho, no sólo de embargar sus bienes, sino aún, de tomar a los miembros de su familia para venderlos como esclavos.
Una familia que era vendida como esclavos raramente lograban permanecer juntos ¿Quién pagaría por mujer e hijos para conservarlos juntos? La esclavitud era una terrible tragedia que separaba familias amargamente.
Regularmente, los niños eran comprados para realizar tareas domésticas, los hombres eran adquiridos para tareas que requerían mayor fuerza y las niñas y mujeres, dependiendo de su edad y condición física, podían terminar como objetos sexuales del comprador.
Un esclavo, si bien le iba, tendría un lugar para dormir y un poco de alimento. No gozaba de sueldo alguno y a la menor muestra de rebeldía podía recibir los más crueles maltratos y aún la muerte. Que tragedia para una familia.
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La única esperanza para una persona que ha sido vendida como esclava es la “redención”. Familiares o amigos que se enteran de que su ser querido ha sido vendido como esclavo podían acudir al mercado para comprar la libertad de esa persona.
Comprar un esclavo para darle su libertad, implicaba quitarle el brazalete que le identificaba como esclavo. Sólo un familiar o amigo podía hacer eso puesto que el esclavo no podía ahorrar dinero para su liberación. Regularmente el precio por liberar a un esclavo era mucho mayor que el de comprarlo como esclavo. Este acto de comprar a un esclavo para darle su libertad se denomina: redención.
Jesucristo, con su muerte en la cruz nos redimió; esto es, nos liberó de la esclavitud en la que nos encontrábamos. Somos esclavos del pecado, pero Jesús, con su muerte, nos brinda verdadera libertad, somos redimidos: y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres… porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios… (Apocalipsis 5:9)
¡Cómo no iba a caer de rodillas este pobre siervo! (Mateo 18:26) Suplicaba al rey paciencia, él vería como conseguir el dinero, pero no podía ver a su familia reducida a esclavitud, cualquier cosa por salvar a su familia.
“El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.” (18:27) No le dio un plazo para pagar, le perdonó la deuda. ¿Cómo se siente usted después de haber pagado una enorme deuda? ¿Cómo se habría sentido si le hubieran perdonado esa enorme deuda? ¿Cómo cree usted que se sintió este siervo que en un instante creyó perder a su familia y ahora no debe nada? Pensaríamos nosotros que salió del salón del trono brincando de alegría y celebrando con sus compañeros. Pero sorprendentemente la historia muestra otra actitud.
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Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. (18:28)
Este siervo, al salir del salón del trono, no se encontró con un superior a él, tampoco con un inferior; era uno igual a él, un “consiervo”, dato clave para entender la historia. Resulta que su consiervo le debe una cantidad de dinero, no tan grande como la que él debía al rey.
Un denario era el salario diario normal de un trabajador; cien denarios era equivalente a unos cuatro meses de salario (un poco menos). Diez mil talentos era una suma equivalente a varios millones de pesos. Pero ¿Qué importa la cantidad cuando este siervo acaba de recibir el perdón completo de su deuda?
El consiervo, postrado, le dice: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo.” (18:29) La escena ¿le resultaría familiar? Compare el verso 26: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.” A excepción del título “Señor”, son exactamente las mismas palabras y la misma acción de “postrarse”. El sólo recuerdo de lo que le acaba de pasar debió de motivarlo a perdonar:
“Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.”(18:30) Encerrado ¿Cómo va a pagar? Solamente que sus familiares o amigos le presten el dinero, le paguen al siervo y puedan, entonces, sacar de la cárcel al “consiervo”. Que vergonzosa actitud de este siervo, hasta nos parece casi imposible de que pueda suceder, pero la aplicación de la parábola que Jesús le va a dar nos dejará sorprendidos.
Por de pronto: Viendo sus consiervos lo que pasaba se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. (18:31)
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El rey, primeramente le recuerda al siervo la deuda que le fue perdonada, le indica que él debió de tratar con la misma misericordia a su consiervo. Finalmente ordena que a él lo metan a la cárcel, le hace lo que él hizo a su consiervo.
Los familiares y amigos del consiervo podrían con relativa facilidad pagar su deuda y sacarlo de la cárcel. Pero ¿Quién ayudará a este “siervo malvado”?
La aplicación que hace Jesús de esta historia es para dejarnos sin habla: Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas. (18:35)
“La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23) Nuestra salvación le costó a Dios la vida de su Hijo Unigénito; por tanto era una deuda impagable para nosotros. Jesucristo nos ha perdonado. Somos salvos por gracia (Efesios 2:8) Este perdón de Dios debe ser motivo e inspiración suficiente para perdonar toda ofensa con entusiasmo.
Jesús aclara que el perdón debe ser “de todo corazón”, no se trata de un perdón superficial o de un perdono pero no olvido. Si no perdonamos a nuestro hermano, seríamos como el siervo malvado que no quiso perdonar una deuda pequeña cuando a él le fue perdonada una enorme deuda.
Nuestra actitud como creyentes debe ser la de perdonar toda ofensa y hacerlo de todo corazón. No en base a la actitud de nuestro hermano; nuestra inspiración para perdonar debe ser Dios, que nos ha perdonado. ¿Por qué Dios si debe perdonarnos y nosotros no perdonamos? ¿Somos acaso superiores a Dios? ¿Acaso la ofensa de nuestro hermano es mayor que nuestra ofensa a Dios? ¿Y si no perdono? Jesús ha sido muy claro en cuanto a nuestra actitud de perdón. Si te falta fortaleza para perdonar medita en el perdón de Dios, en tu redención.