Favor de leer Lucas 15:11-32.
La parábola del hijo pródigo relata, en realidad, la actitud amorosa del padre que sólo quiere tener a su hijo entre sus brazos; es la historia de Dios y nosotros, sus hijos pródigos.
La herencia regularmente se reparte hasta que el padre muere, pero el hijo menor no puede esperar y pide al padre su “parte de los bienes que le corresponde”; esto resultaría ofensivo para el padre, pero éste, por amor al hijo accede. De acuerdo a las costumbres la herencia se repartió en tres partes, dos para el hijo mayor y una para el menor.
El hijo menor, que obviamente no sabe nada de trabajo; vende todo lo que le corresponde: tierras, ganado, etc. seguramente lo mal barato, pues tenía prisa; junta el dinero que para él debió de ser mucho y se fue de casa. Ese era su plan desde el inicio. Se fue al extranjero a “vivir perdidamente”. Se sentía el dueño del mundo.
Seguramente llegó a un pueblo y rápidamente se convirtió en “el alma de la fiesta”; de pronto tenía muchos amigos y comenzó a organizar fiestas y a cometer toda clase de excesos, en un grupo de jóvenes el que tiene dinero “manda”. Y este joven está viviendo “la vida loca”
Pero el dinero despilfarrado no dura mucho y las tragedias no llegan solas. Justo cuando se le acaba el dinero y obviamente, pierde a todos sus amigos, “vino una gran hambre en aquella provincia.” Fracasaron las cosechas, el ganado murió, no hubo ventas, la economía se paralizó. Y este “júnior” se encuentra sólo y sin dinero. Buscó trabajo pero ¿Qué sabía hacer este júnior? ¿Quién contrataría a un joven extranjero que alborotó a los jóvenes del pueblo y anduvo presumiendo su dinero? Por fin, alguien accede a darle un empleo: “apacentar cerdos”; por eso decimos que estaba en el extranjero.
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Los judíos no comen carne de cerdo, lo consideran un animal inmundo; ningún judío tendría cerdos. Tal vez era la primera vez que este júnior los veía y se ha de ver horrorizado. Desde la perspectiva de los judíos este joven ha caído en lo más bajo.
En nuestra cultura no es denigrante criar cerdos, pero para un judío sí lo era, por ello decimos que este joven ha descendido muy bajo. Seguramente por primera vez en su vida este joven va a trabajar para ganarse el sustento –quien despilfarra el dinero, muchas veces no sabe cómo ganarlo-
Pero la paga que recibe es tan pequeña que no le alcanza ni siquiera para comer bien. En otras parábolas vimos que un denario por un jornal (un día de trabajo) era suficiente para sostener con dignidad a una familia; este joven recapacitará más tarde que en casa de su padre aún los jornaleros ganan lo suficiente para comer en abundancia. Pero él, aquí, tiene hambre, no le pagan lo suficiente, quizá por la crisis económica que se vive, quizá porque todo está muy caro por la hambruna y quizá también porque al dueño de los cerdos no le caía bien este júnior presumido.
Tiene hambre y tanta llega a ser su necesidad que aún el alimento de los cerdos se le apetece, y cuando se decide por fin a tomar algo de ese alimento, robarle la comida a los cerdos, alguien le reprende: “deja, esa es la comida para los cerdos”. ¡Cuanta necesidad tiene! ¡Cuánta falta de amor al prójimo! Se aleja de los cerdos avergonzado, furioso, hambriento… se sienta en algún lado, ve su ropa, antes fina y nueva, ahora sucia y rota, siente hambre, mucha hambre, está sucio, huele a cerdo y comienza a llorar y entre lágrimas viene a su mente una imagen de casa: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” (15:17)
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El jornalero era el trabajador que menos ganaba, vivía al día y en casa de su padre, éste tienen abundancia de alimento, aquí no logra ganar si siquiera para comer bien.
Llega el momento del arrepentimiento: una vez que compara su situación con la de los jornaleros de su papá, el júnior no se queda a lamentar su suerte. Se levanta, avienta la escoba y el trapo y sin más comienza a caminar de regreso a casa. Ni adiós a de ver dicho a nadie, no se lavó ni se cambió de ropa (ya no tenía), como estaba tomó el camino de regreso a casa. Esto es el arrepentimiento, una acción determinante de buscar al Padre celestial.
En casa, el padre, cada tarde regresaría haciendo la misma pregunta: ¿alguna noticia de mi hijo? Y el mayordomo bajaría la cabeza y diría: Ninguna señor. Seguramente cenaría viendo hacia el camino y pensaría si su hijo tendría que cenar esa noche. Al terminar, se sentaría en la puerta, esperando y viendo hacia el horizonte hasta muy entrada la noche, el mayordomo preocupado convencería al padre de ir a dormir: tal vez mañana, señor. Y el padre se retiraría a dormir aunque no ha descansar.
Pero una de esas tardes, el padre alcanzaría a ver en el horizonte una silueta que avanza pesadamente casi como arrastrándose ¿será él? Y todos sus instintos de padre le dijeron que sí. Se levantó y corrió hacia el camino altamente emocionado. El padre que tanto tiempo ha esperado al hijo amado, al verlo venir no puede esperar a que llegue a casa, corre a su encuentro.
Así es Dios, que anhelante espera cada día a ver si por fin vamos a casa; al vernos avanzar por el sendero de regreso a la comunión con Dios, Él corre hacia nosotros. Dios nos recibe con los brazos abiertos y corre a nuestro encuentro para recibirnos; es la experiencia de conversión. ¿Recuerdas cuando comenzaste tu vida cristiana?
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El hijo al ver venir a su padre, no supo si le venía a recibirle o a regañarle o a correrlo; pero este joven viene a pedir empleo; vale más ser el último de los empleados en casa del padre que el primer júnior en el extranjero, lejos de casa. Lo importante es: estar en casa del Padre.
Recordemos que lo que ha movido a este joven es el hambre. Pero no lo juzguemos duramente pues ¿Qué nos movió a buscar a Dios inicialmente? No importa, de todas formas Jesús nos ha recibido e igual hemos recibido el abrazo de Dios nuestro Padre; ¡ya estamos en casa!
El encuentro fue altamente emotivo: el padre “se echó sobre su cuello y le besó.” (15:20) No le importó que su hijo viniera sucio del camino, harapiento y oliendo a cerdo todavía. Era su hijo, el que prácticamente se murió por haberse alejado de casa y ahora ha vuelto a casa ha vuelto a la vida. El que se perdió ha sido hallado (15:24)
Ese hijo, somos nosotros; lejos de Dios estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1) pero al arrepentirnos, al regresar a la comunión con Dios, pasamos de muerte a vida (1ª Juan 3:14)
Y ¡lo más importante! Dios, nuestro Padre nos recibe con un abrazo y un beso de bienvenida. Debes llegar a entender en plenitud que esta es la actitud de Dios hacia ti.
El hijo esperaba convencer a su padre de que le diera algún empleo ¡no conocía el amor del padre! Y en esta historia pareciera que el Padre es el único que ama desinteresadamente; el hijo menor viene a casa más movido por el hambre que por el amor; el hijo mayor no se siente como hijo, sino como empleado, no entiende que su padre lo ama y lo critica por amar a su hermano, al que llama “tu hijo” (15:30) Los fariseos se sentían empleados de Dios, esperaban su paga pero no amaban.
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El padre no escucha al hijo, comienza a ordenar a sus sirvientes que preparen todo para el cambio, este harapiento debe quedar presentable, como el hijo de familia que es. Nuestro cambio es operado por el poder del Espíritu Santo. No te preocupes en querer cambiar antes de buscar a Dios, el hijo pródigo simplemente se levantó de esa pocilga y regresó a casa. Es Dios quien cambiará tu vida, te transformará y te introducirá en el gozo de la salvación. La vida cristiana es como vivir en esta fiesta.
El padre organiza una gran fiesta de bienvenida para su hijo: “hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” (15:10) ¡Espectacular fiesta se organizó en el cielo el día que tú recibiste a Jesús en tu vida! ¡Grandiosa fiesta nos espera en el cielo cuando lleguemos todos juntos a las Bodas del Cordero! Vamos de fiesta en fiesta desde el día de nuestra conversión.
En esta historia, el padre tiene más necesidad de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón el hijo recupera la comodidad, el padre recupera el corazón; con el perdón, el muchacho volverá a comer pan, el padre volverá a dormir. Y se trata de perdón verdadero, desbordante, sin explicaciones, sin condiciones, brillante de alegría. El padre ni siquiera pregunta por qué ha vuelto su hijo. Lo primero es abrazar. Lo demás ya se sabrá luego. O nunca. Y Dios, de verdad quiere perdonarnos.
Y Jesús dijo:”Así es el Reino de Dios”. La historia a sido una ilustración de cómo recibe Dios a los pecadores arrepentidos. Los fariseos, en su religiosidad no han querido disfrutar del amor de Dios, de la compañía del Padre. Nosotros ¿lo entenderemos? ¿Se enternecerá nuestro corazón por el hermano que se convierte? ¿Finalmente nos levantaremos de la pocilga para regresar a casa con Dios? Nuestro amado Padre celestial corre a tu encuentro para abrazarte y darte un beso, ven a la fiesta.